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Sábado, 17 de mayo de 2025
Zambrano
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María Zambrano, la desnudez asombrada del poeta

En el panorama español contemporáneo fue el pensamiento innovador de la filósofa María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904 - Madrid, 1991) el que mostró por primera vez un nuevo modo de entender la filosofía, que se concretaba en la necesidad de lo poético en toda indagación filosófica. (“Filosofía y Poesía” México, 1939). Adelantada a su tiempo quiso dar respuesta a la profunda crisis política, cultural y espiritual en la que Occidente estaba sumido, inmerso en sistemas filosóficos de cerradas estructuras, que proyectaban un tipo de pensamiento único, nomenclaturas, sistemas excesivamente racionalistas, en un vano intento de atrapar lo inexpresable, de definir una realidad que se negaba y que estalló en toda su violencia durante los años treinta y cuarenta en España y Europa (“La agonía de Europa”, Buenos Aires, 1945).

La huella ética e intelectual de María Zambrano resulta deslumbrante compromiso humano e intelectual en un tiempo especialmente difícil. Primero, su largo y ajetreado exilio por La Habana, México, Puerto Rico, París y Roma durante la Guerra Civil y postguerra española; luego, en primera persona y en la de su hermana Araceli, el horror del acoso nazi durante la ocupación europea.

Sin embargo, en todo momento asumió ese tiempo histórico con la responsabilidad moral de la acción intelectual contra la injusticia, como también lo hiciera en París durante la Segunda Guerra mundial su amigo, el filósofo francés Albert Camus. Firme resistencia ética la de María Zambrano que le llevó en aquel Madrid de 1936 a una prolífica labor como colaboradora en prensa y revistas, defendiendo como escritora y también como oradora la legalidad de la República Española contra el golpe de estado fascista del 18 de julio de 1936, y aún después, ya en el exilio, siguiendo con una incesante actividad de artículos y conferencias en las que advertía del avance de aquellas peligrosas ideologías fascistas de Franco, Hitler y Mussolini que sumieron en una larga noche de barbarie y dolor tanto a España como a Europa (“Los intelectuales en el drama de España, Santiago de Chile, 1937“).

Su luminosa escritura devuelve al pensamiento filósofico a la humildad, a la desposesión, a la incertidumbre en la limitación de nuestro pensar, a un nuevo método que implica nuevos modos de lectura del universo, que contemplan la relatividad del punto de observación y trascienden el carácter analítico, simple y descriptivo, que había venido dominando la consecución del saber dentro de un sistema cartesiano que a menudo ignoraba la vida. (”Los Bienaventurados”- Madrid, 1990).

La razón poética que propugnaba María Zambrano saca así a la filosofía de la soberbia razón en la que parecía tan cómodamente instalada como gran diosa en su análisis del ser. La naturaleza abierta de este nuevo modo de pensamiento encarnado, concibe al ser en su inaprensible esencia de mutabilidad y discontinuidad en medio de los otros, desde la maravillosa indigencia del que se sabe nómada de sí mismo, milenario peregrino que balbucea en medio de espejismos. Metafísica poética asumiendo la luz y la noche que somos.

Buena conocedora de los filósofos griegos, así como de Ortega y Gasset, Unamuno, Nietzsche, Heidegger, Kant, etc. (“Unamuno”, La Habana, 1940), elige un camino bien diferente a todos ellos. Siendo de todo punto imposible establecer un cerrado sistema que englobe el ser de cuanto existe, y aún su causalidad y horizontes, el filósofo debe caminar no como un rey, sino como un mendigo. Precisando en esa mendicidad de la mirada del poeta que vive dentro del enigma, respirando el misterio en un vuelo de asombro, es entonces el pensamiento rapto de indagación apasionada, percepción sensible, puro hallazgo en su ontología experiencial, dándose enamorada y vital en cada cosa. El estudio y la escritura surgen así desde el lenguaje de la creación, siendo al mismo tiempo contemplación y acción estética que es también ética con el otro.

La escritura de María Zambrano es puro acto creativo que no renuncia a la belleza expresiva, a la metáfora y al símbolo en su investigación intelectual, para mostrar ante esa filosofía tradicional basada exclusivamente en el universo de los conceptos, la encarnadura del pensamiento en lo humano. Humanidad de pasiones, quimeras y fantasmas, esa hermosa y terrible condición humana que bebe igualmente del fuego y de la nieve en su laberinto.

El pensador necesario sería por lo tanto, según María Zambrano, aquel caminante que alejado de las rutas señalizadas por la costumbre, explorara tal vez desnudo a cada instante, otras rutas marginadas o soñadas, sabiendo que todo puede ser cuestionable en su relatividad, porque, ¿qué es sino interpretación temporal cuanto pensamos y creemos como conocimiento?. Todo relativo, excepto esa enamorada, misericordiosa mirada hacia cuanto existe imprescindible para la común navegación dentro de este frágil cascarón de la condición humana. Andamio de huesos, humilde cuenco de tierra desde el que pensar el cielo y el corazón de los volcanes.

 


Pequeñas reflexiones sobre dos de sus libros

“Sin duda la pregunta abre una pausa, una suspensión en el tiempo que comporta un ensanche del espacio, crea un cierto vacío” (“Los Bienaventurados”- María Zambrano).

 

“Los Bienaventurados”. Es uno de los libros de María Zambrano que más hondamente me han impresionado. Habla en él, desde una bellísima prosa poética, del tiempo del “exilio” no sólo como circunstancia real que ella misma sufrió, sino también y esencialmente como consciencia del “ser” ante lo ilegible de la existencia. De ese estado de asombrado pasmo ante el misterio que nos expulsa de todos los lugares y de nosotros mismos hacia un paraje de destierro en el que nada sabemos nombrar y en el que el tiempo se detiene. Respirar la extrañeza del afuera y el dentro en el mismo enigma. ¿Dónde encontrar entonces lo que ni siquiera se sabe si tiene existencia?. ¿Dónde la palabra que refleje?. ¿Dónde la narración?. Perder el lenguaje para hallarlo.
Es precisamente ese instante de máximo vacío el que permite que el tiempo de pronto discontinuo respire de nuevo y viva y no sea un mero correr continuo análogo a la inmovilidad. Para María Zambrano son precisamente esos instantes de vacío los que permiten que la conciencia resurja agudizada. Es preciso salir al camino sin nada propio, sin nada más que las preguntas, desde la libre posesión del dolor, rehaciéndonos de nuevo, diminutos. A la intemperie, desde el asombro que propicia el encuentro con los descubrimientos inesperados, esos que únicamente pueden darse en libertad, despojado el espíritu de toda verdad inmutable.

 

“Y así el llamado intelectual (…) no viene a ser otra cosa que el que da su palabra, el que dice y da nombre o figura a lo visto y sentido, a lo padecido y callado, el que rompe la mudez del mundo compareciendo por el solo hecho de haber nombrado las cosas por su nombre, con el riesgo tan cruel de no acertar con la palabra justa y el tono exacto en el momento exigido por la historia (…) (María Zambrano” Los intelectuales en el drama de España”)

 

Estas palabras de María Zambrano escritas en 1937 ya en el exilio de Chile, en plena Guerra Civil española, nos hablan una vez más de su concepción del “llamado intelectual” de esa dinámica estética como un solo proyecto vital de acción que aúna indagación intelectual y compromiso ético con el tiempo en el que a cada uno le ha tocado vivir.

La luminosa radicalidad poética de su modo de entender el pensar, la filosofía, la vida en su totalidad, concernía también, como no podía ser de otra manera, a su comportamiento personal entre los otros. Esa rebelión metafísica que siempre le acompañó en su constante nomadismo de continente en continente, de país en país, hasta hacerle escribir una vez que el exilio se había convertido en su verdadera patria. Resultaba metáfora del ser, de ese ser levantado en rebeldía contra la injusticia y la crueldad, contra todo cuanto negaba al ser humano. Definitivamente la claridad intelectual y ética de su obra resulta hoy junto con la obra de otros pensadores en filosofía de resistencia frente a la barbarie, como Walter Benjamín, Hannah Arendt y Albert Camus, imprescindible.

Julia Otxoa

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